Hay momentos en la vida que duelen, no por lo que pasó, sino porque están terminando. Así se siente ahora. Cada día que pasa es un paso más cerca del final de algo que nos marcó profundamente: nuestra etapa en la escuela. Es difícil imaginar que pronto ya no caminaremos por estados pasillos, que los saludos diarios se convertirán en mensajes ocasionales, y que muchas de las caras que hoy vemos a diario, quizás no volvamos a ver en mucho tiempo.
Estamos a punto de graduarnos. Y aunque todos hablan del futuro, de universidades, trabajos, viajes, independencia—muy pocos hablan de lo que estamos dejando atrás. De la parte silenciosa de los finales. De los vacíos que dejan las despedidas.
Dejar ir no siempre significa olvidar. A veces, significa recordar con cariño, pero aceptar que ya no podemos quedarnos. Significa soltar la mano de alguien, sabiendo que ya no caminara contigo como antes. Significa empacar recuerdos en el corazón y confiar en que lo que viene también tendrá su belleza.
Estos años estuvieron llenos de risas, lágrimas, momentos incómodos, exámenes, conversaciones profundas en los pasillos, miradas que lo dijeron todo y otras que dijeron adiós sin palabras. Fueron años en los que muchos de nosotros nos encontramos, nos perdimos, y nos volvimos a encontrar. Años en los que crecimos a golpes y también a carcajadas. En los que tropezamos, aprendimos, y muchas veces tuvimos que fingir estar bien aunque por dentro quisiéramos rendirnos.
Pero lo logramos. Aquí estamos. A punto de cerrar una etapa que, aunque a veces sentimos que queríamos terminar ya, ahora duele soltar.
Lo más difícil de dejar ir no siempre son los lugares. Son las personas. Los “buenos días” que ya no escucharemos. Las rutinas que dábamos por hechas. Los profesores que creyeron en nosotros incluso cuando nosotros ya habíamos perdido la fe. Los compañeros que se convirtieron en familia. Las risas espontáneas. Los secretos compartidos en pasillos o en el bus. Los momentos que no sabíamos que serían los últimos.
Y también dejamos atrás una parte de nosotros. Una versión que creció aquí, en estos pasillos, entre clases y amistades. Esa versión que se rió de todo, que lloró en silencio, que se sentó en las escaleras a respirar cuando ya no podía más, que soñó, que cayó, que se levantó. Esa versión de ti merece un “gracias”. Porque gracias a ella, hoy eres más fuerte, más valiente, más tú.
A veces sentimos miedo del futuro porque ya no está lleno de certezas. Nadie va a llevarnos de la mano como antes. Nadie nos va a decir qué hacer a cada paso. Y eso da miedo. Pero también es una oportunidad: de encontrarte contigo mismo, de construir lo que tú quieres ser, de elegir tu propio camino.
Graduarnos no solo es un logro académico. Es un acto de valentía. Es mirar hacia atrás, ver todo lo que fuimos, y decidir seguir adelante. Es confiar en que, aunque no sepamos exactamente qué va a pasar, lo vamos a enfrentar con todo lo que hemos aprendido, vivido, sentido.
Así que sí, dejar ir duele. Pero también es hermoso. Porque significa que algo fue tan especial, que vale la pena extrañar. Porque significa que crecimos. Que nos transformamos. Que estamos listos.
Y si alguna vez te sientes perdido, recuerda esto: lo vivido nadie te lo quita. Los recuerdos, las conexiones, las emociones…todo eso vive contigo. Nadie puede arrebatarte el valor de lo que sentiste. De lo que significaron esos días.
Estamos cerrando un ciclo, pero también abriendo una nueva puerta. Con miedo, sí. Pero también con esperanza, porque aunque el futuro sea incierto, sabemos que no llegamos hasta aquí para quedarnos paralizados.
Dedicatoria Final
A mis amigos, los que conocí en Track y también a los que hice de forma inesperada en clase, gracias. Ustedes hicieron que esta etapa valiera la pena. Me dolerá irme más lejos, pero siempre los llevaré en el corazón. Gracias por estar para mí en las buenas y en las malas, por hacerme reír cuando más lo necesitaba, por escucharme sin juzgar, por acompañarme incluso en silencio.
A mis maestros, especialmente a los que me ayudaron cuando más lo necesitaba: siempre les tendré cariño. Ustedes no solo me enseñaron a sumar, escribir o analizar. Me enseñaron a creer en mí. A levantar la cabeza cuando sentía que ya no podía más. A confiar en que tengo algo valioso que aportar.
Gracias por cada palabra de aliento, por la paciencia, por el apoyo invisible que muchas veces no se reconoce, pero se siente profundamente.
Esto no es un adiós…
Es un hasta luego.
Porque las personas que te cambian la vida nunca se van del todo. Viven contigo, en los recuerdos, en las lecciones, en el corazón.
Y si tú, que estás leyendo esto, te sientes como yo—entre la emoción de lo nuevo y la tristeza de lo que termina—quiero decirte algo: está bien sentirlo todo. Está bien llorar un poco. Está bien tener miedo. Pero también está bien emocionarte por lo que viene.
Porque dejar ir… también es crecer.
Con carino,
Brissia